Cuando nuestro primer hijo Juan nació mi marido y yo estábamos extasiados. Recuerdo la primera noche en casa, nos fuimos a dormir después de un largo día y recién en el silencio de la oscuridad terminamos de comprender el milagro que acababa de suceder. Se oyó a nuestro retoñito gemir suavemente con ese sonido distintivo de todo cachorro mamífero. Ricardo y yo nos quedamos inmóviles: ¡Había una tercera persona en el cuarto! ¡Una personita que nos había cambiado la vida para siempre!
El primer año de vida de nuestro hijo fue una intoxicante combinación de éxtasis y dolor. El éxtasis era tan gozoso que podíamos pasar los valiosos 40 minutos de su siesta solo mirándolo dormir y deseando acariciarle el rulito que se le formaba detrás de la orejita. Todo perfección. Todo belleza. Un verdadero milagro. El dolor venía sin ser invitado. Por la falta de sueño, por el estado de confusión del puerperio, por los pechos sangrantes de los primeros días de amamantar. Pero por sobre todo, por un sentimiento insoportable de culpa. Culpa por no ser la madre perfecta que me había jurado ser desde mi más dulce infancia. Nadie me había avisado que los pezones se podían lastimar y arder con intenso dolor con cada succión, nadie me había avisado que hay bebés que piden la teta a libre demanda cada dos horas y maman durante 45 minutos de día y de noche, de día y de noche, sin parar, meses enteros. Nadie me había avisado que viajaría para adentro, a lo profundo de mi puerperio y me encontraría con mi ser más delicado al máximo desnudo en su vulnerabilidad más cruda. Ni que me sentiría asfixiada…
Cuando nuestro primer bebé tenía 18 meses una madrugada tosió y un cuerpo extraño que se había aspirado sin hacer síntomas previos subió a las vías respiratorias altas y llegamos en estado de total desesperación a la guardia con un bebé que ya se tornaba de color violáceo. Bendigo a diario al equipo de médicos de La Fundación Hospitalaria por haber sacrificado tantas horas de su vida para poder, un día aciago, salvar la vida de nuestro hijo y permitir que luego del terror, el sol volviera a brillar en nuestras vidas. Aunque no tan intenso, aunque no tanto.
El pánico por la posible muerte de los hijos era ahora algo más que un miedo ancestral. Era una experiencia real que me calaba profundo en las vísceras y en los huesos. Y quise pedir ayuda. Pero no encontré lo que estaba de verdad necesitando y un mal día mi terapeuta no tuvo mejor idea que sugerirme sin decir “agua va” que Juan se había asfixiado porque a mí me estaba faltando el aire.
Me paré y me fui. Como un ser sin vida, arrastrándome hasta el auto y me desplomé a llorar sobre el volante, sola, con un agujero enorme en el pecho. Y es cierto que cuando se toca fondo solo queda ir mejorando. Pero el camino de subida fue lento, muchas veces agobiante y muy solitario. No porque mi marido no tuviera presencia ni dedicación con la crianza, sino porque a mi me costaba darle espacio. Si yo había llevado a Juan a estar en peligro de vida, yo lo protegería por siempre de cualquier daño. Por amor, quise quedármelo para mi, guardarlo bajo mi burbuja de protección, cuidarlo de todo, en todo, contra todo daño. Y es cierto que el amor obra milagros. Pero es cierto que nuestros hijos pueden ser a veces increíbles maestros. Y no le llevó mucho tiempo a Juan, más que el de aprender a hablar, a jugar con otros y a escribir su nombre en mayúsculas. No le llevó mucho más que eso decirme un luminoso día: mamá, vos no entendés que yo necesito alejarme de vos.
Me corrían las lágrimas, me senté ahí mismo en donde estaba, en el tercer escalón de la escalera. Y empecé a contarle su historia. Sobre cómo se había ahogado, sobre mi terror ante la idea de perderlo, sobre cómo había querido que fuera mío para poder cuidarlo. Entonces sentí su manita sobre mi rodilla, su bracito seguro rodeando mi espalda.
“Vamos a estar bien, mamá”, me dijo con calma.
Y era cierto. A partir de ese momento y de otros similares – porque la transformación no se dio de un instante para el siguiente- pudimos sanar. Pude empezar a mirar a Juan cada día con menos miedo y con más confianza. Pude permitir a Juan ser quién él realmente es, más allá de mis cuidados, de mis proyecciones y temores. Pude confiar nuevamente en la vida, en mi misma y en la persona que mi hijo es, con todas sus capacidades, con sus desafíos, con sus gozos y sus sinsabores. Y pude también volver a mi marido, honrar el espacio que se mereció desde siempre ocupar y que en mi desesperada culpa intenté tantas veces arrebatar. Agradezco a la vida su enorme amor, agradezco que me haya sabido dar tiempo y a la vez que no permitiera que negara su derecho a ser papá.
Llegaron luego Teo y Francesco a completar la felicidad, el caos, la preocupación, la ternura máxima, las noches sin dormir, los sustos, las ocurrencias más creativas, la música, la risa. Tenemos tres leoncitos de rulos cobrizos cachorreando sin parar por toda la casa, armando barricadas con los colchones, desarmando todo objeto eléctrico que entra en desuso para ver como está hecho por dentro, atacando la heladera sin piedad y dejando los calzones tirados por todos lados. Y me encuentro preguntándoles: ¿Cuántas veces lo tengo que decir? Y el famosísimo: Chicos, ¿en qué idioma les hablo?
Juan ya tiene 14 casi 15. Un buen número para mirar con dulzura la infancia, suspirar suavemente, cambiar la voz y empezar un nuevo juego, el de ser grande. Y así, de repente, veo con un gozo inexplicable como ese pequeñín voraz y adorable se está convirtiendo en un hombre. Pasito a paso, un día, nunca se sabe cuando, volará del nido hacia su propio destino.
Pero sé que tiene alas, sé que podrá tener un vuelo hermoso, y eso me hace profundamente feliz. También sé que después de todo, de tanta duda, tanta culpa, tanto dolor y tanta confusión, junto a su padre hemos hecho un buen trabajo. Y me regocijo de pensar que aun me quedan otros dos retoñitos para seguir disfrutando.
Fue Teo el otro día que al pasar me dijo: “yo les digo a mis amigos lo genial que es mi mamá”. ¿En serio, y qué les decís?, pregunté esperando que me dijera la enorme, interminable, increíble lista de tareas que logro acomodar en un solo día, todos los días, sin sábado ni domingo, desde hace catorce años. Pensé que me diría el gigantesco valor que tiene la labor de una madre, algo que en verdad no tiene precio y que es tan eficiente que solo se nota cuando tenemos que ausentarnos. Pero no, es porque una vez jugué al Minecraft.
Dicen que los niños le hacen una sola pregunta al padre: ¿Dónde está mamá? Y aunque pocos lo vean, bien sabemos las madres la infinidad de preguntas que nuestra base de operaciones resuelve por día. ¿Dónde está la remera, por qué tenés que ir a hacer pis y dejarme del otro lado, tengo hecha la vianda, puede venir Nico a casa, tengo miedo, siento algo raro acá en el pecho que no se como explicar que es mamá, tengo hambre aunque acabamos de comer, me lees un cuento, qué significa sexo, no encuentro mis medias, podemos tener un perro te juro que yo lo cuido, por qué se hacen los tsunamis, vos me querés más a mi o a mis hermanos, si tuvieras que elegir la vida de alguien entre nosotros o vos, a quién elegirías?
Entonces el otro día, por primera vez, di una respuesta que me dejó sorprendida: Me elegiría a mí, a mi vida, les contesté. El que había hecho la pregunta se quedó helado. Pero el otro niño comprendió de inmediato y le aclaró: “A ella lo que más le importa en la vida somos nosotros. Y nosotros la necesitamos tanto, que su vida es lo que más tiene que cuidar”. Tal cual. Como en el avión, si cae la mascarilla de oxígeno primero tengo que ponérmela yo para poder luego asistir a los niños. Y eso es lo que me convierte hoy en una mamá genial, además del minecraft, claro. Porque tengo la disponibilidad para sanarme, habitar mi ser por completo, honrar mis sueños y hacerlos realidad, liberando a mis hijos a que puedan ser ellos mismos en libertad (lo intento y me viene saliendo, estoy satisfecha).
Claro que también soy una profesional experta, que he desarrollado y aplicado el método María Raiti de Crianza Creativa, con aportes sumamente innovadores tanto para la educación como para la vida en familia, que he incluido el auto conocimiento, la educación emocional y la meditación en la vida de numerosas escuelas, que he escrito y publicado numerosos libros, artículos e investigaciones, que he dirigido capacitaciones, talleres y seminarios. También soy la creadora La Casa Naranja de Juego Libre para la Primera Infancia, un espacio de crianza que es una constante inspiración por más de 6 años para cientos de familias de niños con y sin diagnóstico. Pude hacer todas estas tareas con un renovado nivel de excelencia gracias a la experiencia inigualable de amor que me dio ser madre. Pero nada, NADA me da tanta satisfacción como el amor incondicional que siento por mis hijos y la expansiva experiencia de auto realización que he alcanzado a través de la conexión profunda con ellos y conmigo misma a través de la maternidad.
Sé que es posible ser una mamá genial, porque la genialidad está en el núcleo mismo de nuestra esencia. Pero yo tuve que transitar un camino extenso y muchas veces sumamente doloroso para poder descubrirlo. No quiero que te pase lo mismo, no hace falta que el camino sea tan intrincado y que te lleve años poder recorrerlo como si estuvieras dando vueltas en círculos hasta que descubrís que es un laberinto del que se sale por arriba. Quiero acompañarte desde el inicio mismo de tu maternidad para que puedas despertar la genialidad en vos. Mi verdadera pasión consiste en acompañar a más y más familias para que puedan ser protagonistas de la sanación y expansión de la conciencia de la humanidad desde el cálido nido del hogar. Y sé cómo hacerlo.
Por eso te invito a que visites mi sitio de recursos de empoderamiento para la crianza y la vida en http://www.mariaraiti.com y obtengas gratis mi libro Las 4 Esencias de la Genialidad Femenina y cómo activarlas en tu vida.
Vos podés ser la protagonista de tu propia vida, con libertad y autenticidad, experimentando la verdadera felicidad de ser la protagonista de tu vida, la madre que realmente querés para tus hijos y la mujer empoderada y emrpendedora que el mundo de hoy tanto necesita. Vos podés activar tu Genia Interior y yo sé cómo acompañarte para que lo logres de forma natural, divertida y profunda a la vez. En mi programa Genialidad Femenina para la Crianza y la Vida te guío paso paso de manera práctica, en una reveladora aventura para que puedas activar tu Genia Interior y que se empiecen a cumplir los deseos de tu corazón.
Aquí algunos testimonios de mujeres que recorrieron el programa de Genialidad Femenina:
«¡Gracias, gracias, gracias! Este curso fue una explosión maravillosa dentro de mi ser».
«Me gustó mucho la dinámica, lo que se generaba con las experiencias del curso que fueron revelaciones, como ríos de luz».
«Sintetizo este curso en estas palabras: amor, sinceridad, encanto, importancia, confianza, autoestima y empoderamiento».
«Pude liberar la culpa y encontrar el aporte del perdón para permitirme ser genial».
«Descubrí que puedo estar disponible para tener certezas desde mi intuición, como mamá y como ser».
«Tengo recursos para ser yo misma, en esencia, en todos los roles de mi vida. ¡Estoy empoderada!».
¡Sé que vas a ganar una nueva perspectiva de tu vida con esta experiencia y me siento honrada de poder ser parte de tu empoderamiento! Nos vemos en el programa de Genialidad Femenina para la Crianza y la Vida