
Hace unos días, en un supermercado de Estados Unidos, un padre llevaba a su hijita agarrada del pelo sosteniendo un mechón con la mano que llevaba la manija del carrito. Mientras la nena decía: «¡basta, no lo hago más!», la gente alrededor miraba incómoda. Un matrimonio tomó una foto y la mujer se acercó a pedirle que la soltara, a lo que el padre contestó: «no la voy a soltar, yo crecí bien así». Terminaron llamando a la policía y como había un oficial cerca vino enseguida. Ante el oficial el padre soltó a la nena inmediatamente. Solo entonces, otras personas se acercaron a la mujer y le dijeron que ellos estaban apenados pero no sabían qué hacer…
Después de eso vino el debate y artículos de especialistas indicando qué hacer en un caso así. ¿Corresponde intervenir? ¿Cómo hacerlo? Para sintetizar, en el artículo del New York Times se sugería:
¿Debo intervenir?
– no permanecer indiferente, otros tal vez no se animan pero te apoyarán,
– no esperar a que la situación empeore para intervenir, mientras menos escale, más fácil de desarticular,
– si el niño pudiera estar en peligro inminente se debe llamar a la policía (ya sé que nuestro país es diferente, pero desde que dos policías de la Federal vinieron al departamento de mi mamá a ayudarla a levantarse porque ella sola no podía, tengo otra visión del servicio a la comunidad que realmente puede ofrecer la policía). También enfatizaron la importancia de no exponerse, de estar uno mismo a salvo.
– otros expertos opinaban que si el niño no está en peligro inminente es mejor intentar conectarse positivamente con el adulto primero, porque llamar a la policía también podría empeorar las cosas a posteriori, especialmente cuando el adulto está a solas con el niño en la casa.
¿Cómo hacerlo?
– no confrontar al adulto, no hablarle en forma imperativa o violenta para evitar que se resienta aun más con el niño (en el mismo momento o luego),
– tomarse unos segundos para aquietarse antes de actuar,
– acercarse ofreciendo ayuda, pero indicando con calma que la situación no está bien.
– que la motivación sea de genuino respeto y cuidado ayudará a que el adulto reaccione mejor.
¿Qué decir?
– básicamente se sugiere intervenir buscando generar vínculo con el adulto, por ejemplo: «sé por la experiencia con mis hijos que criar chicos no es fácil a veces, ¿puedo ayudarlo?», «puede que no sea de mi incumbencia, pero veo que… …, puedo ayuarlo?» describiendo la situación.
– también se sugiere describir lo que se ve, en vez de emitir juicio.
Me quedé pensando mucho en este hecho bastante extremo que me resulta indignante y en cómo me siento yo cuando estoy en lugares públicos y veo situaciones que me preocupan.
Pero antes de comentarlo, voy a sincerarme.
Para ser sincera… MUY sincera, muchas veces me apenan situaciones de terceros que son muy similares a las que yo misma protagonizo como madre cuando estoy al límite de mi paciencia/cansancio/estres. Cuando lo veo en otros, me da mucha pena. Pero, ¿cuando me pasa a a mí??
Hablo de situaciones donde pierdo el centro y actúo de forma impulsiva, como con una catarsis. ¡Por supuesto no estoy hablando de agarrar a mis hijos del pelo con el carrito!! Pero creo que a muchos de nosotros nos ha pasado de sentir a veces que se nos saltó la chaveta y fuimos más allá de lo que en realidad queríamos hacer o decir con nuestros hijos, gritando o imponiendo castigos que pueden estar sobre dimensionados, que nos pesan tanto como a ellos y que son difíciles de retirar después (del estilo «hoy no vas al cumpleaños»).
Y me pregunto: ¿cómo me ayudaría que me aborden en esas situaciones?
Tengo varias respuestas:
– Que no me desautoricen. Si es mi marido, me alivia que me diga: tomate un momento, yo sigo a cargo (¡bendito sea!, no me juzga, entiende que llegué a mi límite de paciencia, me releva). Si me desautoriza, me pone peor (y a él también, cosa que me ha llevado un buen tiempo aprender a no hacer).
– Que puedan ponerse en mi lugar. Si es mi mamá (me ha pasado alguna vez de enojarme con los chicos en su casa), me ayuda explicarle por qué estoy molesta, que me escuche sin juzgarme de antemano. Porque, por ejemplo, tengo mis muy buenas razones para no querer prestar mi celular a los chicos cuando vamos de visita para que lo usen como si fuera una consola de jueguitos. Cosas que hemos hablado mil veces en casa pero ellos vuelven a intentarlo cuando hay «público».
– Que me ofrezcan otra perspectiva. En las reuniones o fiestas, a veces pasan cosas con los chicos que no tengo ganas de retomar con la paciencia que tengo habitualmente, porque yo también quiero relajar y disfrutar estando con mis amigas. Y sí, me frustra que en ese momento «no sean un poco más razonables», aunque veo claramente que lo que no es razonable es mi expectativa. Hablarlo con mis amigas y escucharlas me ayuda en general a ganar otra perspectiva sobre esta situación. No estoy sola. A ellas les pasan cosas parecidas.
Ahora sí, habiendo dicho esto, puedo compartir mi propia estrategia respecto a las situaciones difíciles con niños pequeños que vemos en lugares públicos. Básicamente, siempre confío en mi perspectiva orientada a Pikler/Gerber que sacan la mejor versión de mí misma.
En mi mundo, los niños y niñas son personas completas, si los veo en dificultad, tiendo a hablarles, siempre con respeto y conexión, igual que haría con un adulto en dificultad.
Muchas veces cuando encuentro a un niño en un momento difícl (sin que necesariamente sus padres estén tratándolo mal, pero sí habitualmente ignorándolo) espontáneamente respondo a su comunicación con respeto. Del estilo de: «veo que estás quejándote, realmente querés bajar del chochecito».
Los que usamos esta estrategia ya sabemos que legitimar las emociones y describir los hechos hace maravillas. El niño tiende a tranquilizarse y la madre/padre suele sorprenderse positivamente.
De este modo estamos modelando una forma más amorosa y conectada de relacionarnos con los niños pequeños en una sociedad que tiende a minimizar sus emociones e invisibilizar sus dificultades, cuando en verdad es sumamente importante para el sano desarrollo humano aprender a conocerlas e integrarlas mediante la aceptación y el respeto.
Una vez que sabemos que existe esta opción, ¿no es nuestra responsabilidad usarla?
«legitimar las emociones y describir los hechos», me queda resonando.
Soy madre y artista, y trabajo con niños. Mi mayor anhelo es su felicidad y valerme de herramientas y capacidad para contribuir a que así sea.
Gracias por esta gran tarea de dignificar la infancia!!
siiiii, es la llave mágica!