
Estoy releyendo algunos de los artículos que he compartido en el blog de La Casa Naranja a lo largo de los años.
Y me sorprende.
Y me hace bien.
Es más de lo que a veces recuerdo haber escrito y yo misma al leerlos me siento como una lectora más. Creo que cuando escribo entro en otro estado, distinto del cotidiano. Es una vivencia de conexión más plena, más fluida, más gozosa que la experiencia habitual del día a día.
Escribir para mi es meditar.
La huella que deja esta introspección narrativa se transforma a menudo en múltiples revelaciones que me sirven para mi propia vida, para mi quehacer maternante y mi labor como educadora ya que contienen ideas originales que no había conocido antes de escribirlas. Y siento que es el momento de hacer algo más con estos escritos. Aun no se bien hacia donde irán, pero los pondré en movimiento.
Cualquier momento sería bueno pero acaba de terminar un año, es el comienzo de uno nuevo y se me hace que este es EL MOMENTO PERFECTO. Para empezar voy a hacer un poco de orden re publicando ciertos artículos para agruparlos y organizarlos en una nueva serie. Podría llamarse La Anti-Guía de Crianza Respetada pero todavía no sé… dejaré que se geste y cuando sea el momento, llegará el nombre correcto. Eso creo.
Aquí el primero, uno que escribí en 2013 y donde menciono, creo por primera vez, la idea de Soberanía aplicada a la Crianza. Y es una idea que me resulta un excelente comienzo.
Si hay algo que no me gusta es el maltrato psicológico hacia las madres. Y hacia los padres, obviamente. Pero especialmente hacia las madres, que solemos ser las que en los primeros años de vida estamos tan incondicionalmente entregadas a la crianza de nuestros hijos. Por más que trabajemos y que no seamos las que más tiempo pasemos con nuestros hijos desde pequeños, el vínculo del bebé con la mamá hasta los tres años es sumamente significativo para el resto de la vida. Y por estar tan abocadas a ese vínculo, a esa maravilla de vida que se despliega ante nuestros ojos por y gracias a nuestro sostén, a nuestra presencia, a nuestra entrega, somos sumamente vulnerables y muchas veces nos sentimos solas.
No criamos en comunidad tribal, como aun lo hacen ciertas culturas en nuestro globalizado planeta. No. Nosotras estamos conectadas con el mundo entero a través de los dispositivos tecnológicos, pero en nuestra propia casa, con nuestro recién nacido, solemos estar muy, muy solas. Y a las mujeres no nos suele gustar estar solas. Somos ancestralmente grupales, comunitarias, criamos, cumplimos nuestras tareas y nos vinculamos emocionalmente en manada.
Entonces, a falta de mujeres a nuestro alrededor, que ya criaron, que están criando o que criarán niños en el futuro, a falta de esa línea transgeneracional que sostiene el momento crucial de la maternidad en los primeros tres años de vida, buscamos hallar esa misma contención y pertenencia dentro de las comunidades existentes en nuestra cultura: en Internet, en libros especializados en el tema y en algunos casos en grupos de crianza.
Así, en los últimos diez (¿veinte?, ¿quizás treinta?) años hemos visto proliferar todo tipo de corrientes y teorías sobre la crianza, los libros se apilan unos sobre otros en las librerías y abundan todo tipo de textos en Internet al respecto… incluyendo este artículo. El asunto se ha convertido en una selva desbordada donde muchas veces es bien difícil separar la paja del trigo y terminar con algo en claro, que sea verdaderamente acorde a nuestras necesidades y a las de nuestro pequeño hijo.
Una melange de informes semi científicos, recetas creadas por buscavidas y agrupaciones de todo tipo nos sugieren que hagamos de todo, y todo lo contrario también… Que amemos al niño, que favorezcamos el apego, que volvamos a lo natural, que vayamos hacia la neurociencia, que nos reconectemos con nuestros lados oscuros, que hay que acallar a un bebé que llora («podrían tener daño cerebral o traumas psíquicos», dicen. Yo no lo niego, pero hay llantos y llantos), que los dejemos llorar (al estilo «duérmete niño»), que no nacieron para dormir en cunas como jaulas (¡¡¿acaso no es lo mejor de la cuna que contenga al niño en forma segura??!!), que deben dormir sobre nuestros pechos (porque «tenemos tetas», qué novedad!), que si se enferman es porque hay algo en nosotras mismas que no queremos ver y ellos nos lo espejan (¿será que la maternidad tiene tanta sombra???)…
¡¡Ay, ay, ay!!!
A mi modo de ver: la simplificación, el sacar de contexto y la necesidad de vender son los tres pilares que sostienen estas corrientes. Pero…
¿Y si fuera cierto?
¿Y si tenemos nuestras zonas oscuras y es nuestra CULPA lo que les sucede, sus enfermedades incluidas?
¿Y si por ponerles un límite (atrevernos a decirles NO) y permitir que lloren van a tener problemas cardíacos y psíquicos?
¿Y si por no dormir en nuestra cama sabe el cielo qué desgraciada vida les depararemos?
Esta proliferación de información contradictoria nos deja en duda.
Dudamos de nosotras mismas. De nuestro sentido común. De nuestra capacidad para ser la madre que nuestro hijo necesita.
Yo veo, percibo y compruebo en muchas charlas con mamás y papás que una gran cantidad de familias están sumamente perdidas en medio de tanta «guía para la crianza perfecta» y me apena.
¿Por qué? Porque el 90% de esa bibliografía no es correcta: O bien es escrita por amateurs bien intencionados o bien se encuentra fuera de contexto, magnificada, utilizada fuera del entorno terapéutico para el cual fue creada, manipulada, comercializada…
En 2013 confrontar estaba bien por fuera de mi zona de confort. Aun hoy estoy esforzándome por sentirme mejor arraigada en mi ser y saber que la confrontación no es peligrosa, sino que puede ser muy positiva. Por eso escribir este artículo en ese momento me llevó mucho más tiempo que lo de costumbre. Pero por mi aprecio por las madres y los padres y por mi profunda dedicación a una crianza basada en el respeto y la libertad me animo a decir: ¡basta!
Basta de abusar de las madres en estado de vulnerabilidad.
Basta de permitir que nos vulneren.
Ya es hora de volver a confiar en nosotras mismas. En nuestro sentido común. Tenemos soberanía sobre la crianza de nuestros hijos y es tiempo de recuperarla. Quizás lo único que nos hace falta que nos digan es: «confío en que lo estás haciendo bien, muy, muy bien». Pero claro, no nos lo dicen porque de esa manera ya no necesitaríamos seguir comprando sus libros de crianza, sus recetas prefabricadas de cómo ser la madre que no somos.
Si dudás, si todo lo que leíste y te dijeron te hizo un matete tremendo en la cabeza y ya no sabés si estás siendo realmente vos misma o si estás obrando en función de las ideas de otros, si te sentís confundida y bastante sola, sabé que acá, de este lado, hay alguien que te dice «Confío en vos, sos la mamá perfecta para tu hijo y lo estás haciendo bien, muy, muy bien«.
¡Así hoy, 1 de enero de 2016, les deseo a todas y me deseo a mí misma un año rebosante de Crianza Soberana!
Publicado primero en 2013 en el blog de La Casa Naranja por Lic. Fernanda Raiti