En el último Círculo de Crianza asistió una familia con un nene que estaba enojado y lo manifestó en varias ocasiones. Esto nos dio la oportunidad de acompañarlo en su situación y de ejemplificar a la vez el tema que se estaba compartiendo: cómo poner límites con respeto. Hacia el cierre del encuentro recordé una experiencia que tuve hace ya un tiempo en La Casa Naranja y se las narré a todos durante la merienda. Todos los nenes entendieron la esencia de la historia a la perfección…
Había una vez un peque de 30 meses y una nena de 28 meses que venían a jugar.
El nene era el famoso «liero». Hacía todo lo que supuestamente no se debe hacer y lo repetía una y otra vez. Claro que él tenía sus buenos motivos para hacer lío: en primer lugar tenía una hermanita recién nacida. Pero además, para él era interesantísimo ver como reaccionaba la gente grande cuando tiraba todo por el aire o cuando agarraba a un amigo del cuello.
Su mamá, como es lógico, se preocupaba. Lo retaba. Le preguntaba: «hijo, ¿por qué hacés esto?
A este nene todo el mundo lo miraba. Todo el tiempo. Salvo la nena.
La nena no miraba a nadie. No hablaba tampoco. Y no hacía nada. Ni lío, ni ninguna otra cosa. Solo se quedaba en el lugar y usaba de vez en cuando la mano de su mamá para que agarrara los juguetes o una galletita por ella.
Un día, el nene que hacía lío empezó a correr a la nena. A perseguirla. Y la nena que no hacía nada empezó a correr. A correr y correr. Cada vez más rápido. Hasta que en un momento el nene la alcanzó y la agarró del cuello.
La mamá del nene se levantó de un salto y lo llamó por su nombre con fuerza, para detenerlo. La mamá de la nena también se levantó, preocupada. Con suavidad les pedí que esperaran y como confían en mí se entregaron a la situación sin intervenir más.
Entonces el nene, acercó la cabeza de la nena hacia su rostro y con fuerza y delicadeza a la vez le dio un gran beso en el cachete.
Todos quedamos inmóviles, como suspendidos en el aire. La nena se quedó unos cuantos segundos en pausa, como si el tiempo se hubiera detenido. Luego, con delicadeza ella también, se inclinó hacia el nene y le ofreció el cachete para que volviera a besarla.
¡Y el nene así lo hizo! La besó con ganas y con fuerza, una y otra vez.
A partir de ese día, la nena empezó a jugar. A partir de ese día, el nene se sintió más tranquilo. Por fin los dos habían encontrado un amigo.
Cuando pasan cosas así en La Casa Naranja siento un inmenso agradecimiento a quienes me transmitieron la mirada de la educación libre y la crianza respetada. Y me pregunto: ¿qué hubiera pasado en esta misma situación si en vez de confiar hubiéramos cedido al impulso cultural de intervenir para controlar?
También me pregunto con curiosidad y auténtico deseo de comprender: ¿qué motivó al nene a besar así a la nena? ¿Habrá sido acaso un impulso humano de amor puro? ¿Es posible que el amor sea la verdadera naturaleza del ser humano y que por tanto se manifeste cuando se ofrece a los niños y niñas un entorno natural y respetuoso de juego, libertad y límites con respeto para su desarrollo?
Sonrío cuando respondo con certeza: sí, es posible. No es una película de ficción. Yo lo viví.
ooooh!!! que hermoso, fer… gracias! andaba buscando delicadeza, suavidad, serenidad y la acabo de encontrar! abrazote!