Como es bien sabido, nuestros deseos motorizan y orientan el cauce de nuestra vida, llevándonos a realizar ciertas elecciones y no otras. Entre estas decisiones, la de tener hijos (ya sea biológicos o adoptivos) es una de las más radicales y decisivas que podemos tomar.
De un modo casi ineludible, la llegada de los hijos nos lleva como padres a una profunda reorganización de nuestros patrones internos, abriendo puertas hacia nuevas perspectivas por nosotros hasta entonces desconocidas.
De pronto esos pequeños seres humanos conquistan con sus grandes ojos la mirada de toda la familia y atesoran con fuerza en su manita cerrada de recién nacidos nuestro nuevo: un anhelo que probablemente ya no nos abandonará por el resto de nuestras vidas…
Si se nos preguntara cuál es nuestro mayor deseo en relación a nuestro hijo, en la gran mayoría de los casos responderemos: «deseo que sea feliz».
Esta respuesta puede tomar diversas formas, pero en esencia es siempre la misma.
Al igual que el agua se adapta al diseño del recipiente en el que es servida, el deseo por la felicidad toma la forma especial del ser humano que lo aloja.
De este modo, puede ser que deseemos la prosperidad, la inteligencia, el éxito, la libertad y muchos otros logros en la vida de nuestra progenie. Todos ellos son en verdad puentes imaginarios que guían hacia lo que cada uno de nosotros cree que significa “ser felices en la vida”, porque ¿quién quisiera un hijo rico / prestigioso / admirado pero que sea infeliz?
Serie Criar en Positivo.
Crianza y educación en tiempos postmodernos. Muchas preguntas, poco tiempo para hallar respuestas.
Los desacuerdos primarios y su influencia en la educación de nuestros hijos.
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