Ayer volvió a jugar a La Casa Naranja un peque de 2 añitos recién cumplidos después de una semana difícil en la que estuvo con gastroenteritis. Si bien ya estaba curado, es probable que aún su cuerpo estuviera algo cansado. Así que jugó con serenidad y concentración durante un largo rato, hasta que decidió que había tenido suficiente y se acostó plácidamente en el suelo en uno de los sectores de juego que tenía varias capas de colchas superpuestas. Extendió los brazos en forma de cruz, giró la cabeza hacia un costado y allí, con los ojos abiertos, se quedó extendido durante un buen rato.
Verlo así de entregado al sostén del suelo, completamente relajado y en paz, me llevó a sentir una especie de admiración mezclada con maravilla… y tal vez algo de envidia. Ya saben, estamos a mitad de año y entre el trabajo, la crianza y las obligaciones se empieza a sentir el cansancio del año, ¿verdad? Así que a mi también me hubiera encantado, todavía me encantaría, tirarme en completo estado de entrega en un suelo tibio y acolchado cada vez que mi cuerpo me avisa que es hora de parar y descansar. Esa fue la idea inicial que me inspiró a escribir esta breve lista acerca de lo que hace un niño pequeño cuando aparentemente no está haciendo «nada».
Cuando un niño de 2 años decide descansar:
- minimiza el uso de energía y permite que se recuperen sus fuerzas para continuar su día.
- demuestra que está conectado con sus propias necesidades y que las respeta.
- experimenta la calma de su cuerpo y de su corazón.
- elabora las situaciones y experiencias vividas recientemente.
- entra en un mundo de ensueño, donde su atención se retira de lo que perciben los sentidos y logra así conocerse a sí mismo por dentro, su proceso de pensamiento y sus emociones.
- demuestra confianza en el entrono en el que se encuentra.
- nos recuerda el principio de la no acción como acción primordial del ser humano.
Es maravilloso, ¿no es cierto?
Sin embargo, estamos tan atiborrados de velociad, de eficiencia, de productividad, de inmediatez y masividad informática que ver a un niño pequeño, aún un bebé, «sin hacer nada» nos alerta. Pero ¿nuestra preocupación se debe a su inacción o a nuestra propia imposibilidad de frenar el enloquecido ritmo de vida que llevamos? ¿Podemos acaso tolerar la contundencia de tanta serenidad? Entonces me pregunto, ¿cómo sería el mundo si los adultos decidiéramos de vez en cuando no hacer nada realmente? ¡Cuánta paz habría en nuestra vida!
Por eso, cada vez que veo a un niño pequeño en estado de reposo, ya sea acostado o simplemente sentado, mirando sin mirar y estando sin estar, no me apresuro a arrebatarlo de ese estado. Lo miro con auténtico aprecio y suspiro… ¡Ah!… Como quisiera yo también vivir la verdad que expresara Lao Tse en el Tao: «el sabio lleva a cabo su tarea sin acción y enseña sin hablar».
Me encantó!
sí, a mi también me encantó la escena y poder compartirlo 🙂