Emmi Pikler fue una gran visonaria. Y como suele sucederle a los innovadores, muchas veces ha sido mal comprendida. Ella descubrió que los bebés son seres competentes desde que nacen y que si se les brinda la posibilidad de moverse y jugar en libertad, ellos solos siguen los pasos necesarios para alcanzar un desarrollo pleno y armonioso como seres humanos. Suena maravilloso (al menos para mí). Pero no todo el mundo lo interpretó así… donde ella veía libertad, otros creían ver descuido. ¿Cuál es el motivo? Su comprensión de las competencias del bebé se contrapone a la imagen mucho más popular del recién nacido como un ser desvalido que necesita ser estimulado (casi sin descanso) por el adulto para poder crecer sano.
Pikler propone apreciar la enorme iniciativa con que cuentan los bebés e insiste en la necesidad de brindarles un contexto seguro donde puedan desplegar su motricidad, exploración y juego:
- sin ser interrumpidos,
- sin ser forzados a tomar posturas que no pueden adquirir o sostener por sí mismos,
- sin ser empujados a alcanzar «hitos» de desarrollo para los que no están aun preparados (rolar, sentarse, gatear, caminar son los principales).
En síntesis, sin que reciban todo el tiempo el mensaje de que «lo que ellos están haciendo por sí mismos no alcanza», ya que esta situación termina dejando a los bebés con un sentimiento de gran frustración, inhibiendo su autoconfianza y su autonomía… y eso es algo que nadie desea ¿verdad?
El argumento principal de las críticas, sin embargo, se centra en la idea de que dejar a los niños jugar solos es un modo camuflado de abandono.
Si quieren saber mi opinión y la de innumerables expertos incluyendo pediatras, psicomotricistas, psicólogos y educadores: ¡Nada más lejos de la realidad! Dejar jugar en libertad no significa que no haya una intencionalidad de crianza o una visión educativa sino más bien todo lo contrario.
En el mito preponderante de la educación actual hemos sido llevados a creer que los niños -de todas las edades- necesitan que los adultos les muestren el mundo, que lo hagan como a los adultos mejor les parece y que los niños deben incorporar lo antes posible estos conocimientos para no quedar rezagados en esta sociedad altamente competitiva en la que han nacido…Así vemos surgir una enorme oferta de «clases» para niños cada vez más pequeños: de gimnasia, de ejecución de un instrumento, de lectura, de computación, etc. y la publiciad nos insiste en que subamos lo antes posible a nuestros hijitos en esta desenfrenada carrera tras el éxito (¡!¿?…).
Pikler y sus seguidores, por el contrario proponen un nuevo paradigma educativo, que demuestra de forma contundente que los niños que transitan la primera infancia tienen las capacidades necesarias para aprender lo que necesitan saber por sí mismos, siempre y cuando sus necesidades de vínculo estén suficientemente cubiertas. De este modo – sugiere Magda Gerber- también estamos sembrando las raíces para una sociedad más humana.
Las claves para lograr este objetivo son pocas y precisas. Pueden parecer difíciles al principio, pero en verdad son sumamente sencillas, porque responden a un estado natural del ser humano y con un poco de práctica y algo de autoconocimiento se pueden lograr y disfrutar grandemente.
¿Qué hay que ofrecerle al bebé en su primer año de vida?
- el logro del equilibrio entre un vínculo suficiente y seguro con el adulto por un lado y la libertad para jugar sin ser interrumpido por otro,
- un espacio de juego seguro tanto a nivel físico como emocional,
- la disponibilidad de materiales y juguetes adecuados para la etapa de desarrollo, poco estructurados para que los bebés y niños exploren en libertad,
- el respeto mutuo.
Estos cuatro factores permiten que cada instante de la vida de bebés y niños pequeños se vuelva una situación de disfrute, exploración, creatividad y auténtico aprendizaje.