El otro día en el grupo de juego de 18 meses a 2 años y medio algunas nenas pidieron dibujar, por lo que extendimos un rollo de papel amplio en el suelo y bajé dos grandes cajas llenas de crayones prolijamente ordenados.
Una de ellas volcó una caja entera para observar cómo caía una cascada de colores sobre el gran soporte de papel desplegado en el piso. Inmediatamente, otra de las niñas tomó algunos crayones y se dedicó a la tarea de pelarlos, quitándoles el papel que los envuelve. Luego, intermitentemente, fueron haciendo algunos trazos en el papel e incluso en el suelo. Con suavidad y claridad, me acerqué y les expliqué: «en el piso no los dejo pintar, acá en el papel sí». A los pocos minutos, una niña decidió arrebatarle a otra un crayon verde de la mano y se alejó rápidamente para ponerse a salvo de una posible reacción desfavorable de su parte. Nuevamente me acerqué serena pero rápido, para prevenir un eventual empujón entre ambas. La niña que había perdido el crayón estaba disgustada, quería recuperarlo y buscaba la forma de contar lo que le había pasado. Procuré validar sus sentimientos explicando con palabras lo que ella todavía no podía narrar completamente por sí misma:
– Te quitó el crayón. Es el verde. Lo querés recuperar. ¿Qué vas a hacer ahora?, le pregunté al mismo tiempo que le acaricié suavemente el pecho mientras me aseguraba de que no se pegaran entre ambas, ya que estaban muy cerca una de la otra, en un auténtico enfrentamiento.
Ella pensó unos momentos lo que le estaba preguntando, y finalmente le dijo:
– ¿Me lo das?, pero la otra niña ya se había ido… al parecer a seguir dibujando.
Aunque no era así. Su atención seguía plenamente en lo que estaba pasando, en ese intercambio con la otra niña, en lo que ambas sentían, en cómo resolverlo. Y pensó en una estrategia: sin soltar el codiciado crayón tomó con la mano libre un círculo de goma de un rompecabezas y lo miró como si fuera la octava maravilla, aparentando tener todo su interés puesto en ese objeto por unos momentos. Luego levantó la vista y se lo ofreció a su amiga, como diciendo:
«No pienso devolverte el crayón pero estoy tratando de quedar en una buena relación con vos de todas maneras, por eso te ofrezco este valioso objeto que tanto me interesa».
Yo me mantenía cerca, porque aún no me quedaba claro si sugiría o no un empujón entre ambas, y me sorprendí de ver lo bien que funcionó la táctica de distracción de la pequeña: la otra niña no quiso la pieza de goma pero se fue bastante satisfecha a buscar otro crayón para dibujar.
Todos, grandes y chicos, estaban atentos, observando con respeto y aprecio el desenlace de los hechos. La pequeña ladronzuela fue entonces hasta donde estaba su mamá, le entregó el crayón verde e hizo un gran suspiro. ¡Qué alivio! Había sido una situación difícil, se había arriesgado, había arrebatado algo a otra niña, había descubierto las consecuencias de su acción, había buscado alternativas y finalmente la tensión se había disuelto.
Todos suspiramos con ella… tampoco es fácil para los adultos saber dar el tiempo, el espacio y el sostén para que niñas y niños pequeños puedan capitalizar estas experiencias y salir enriquecidos.
Por lo general, si somos la mamá de un pequeño «arrebatador» nos sentimos apenadas e inmediatamente lo amonestamos, explicándole las bondades del respeto por la propiedad ajena. Si es a nuestro pequeñito a quien le sacan las cosas, sufrimos viendo su angustia, su frustración, su desconcierto. Pero si logramos trascender nuestros propios impulsos y podemos apreciar con sincero respeto el «intercambio» que se da entre ellos, muy probablemente todos salgan favorecidos, especialmente los chicos.
Volviendo a nuestra historia, la segunda niña, luego de un rato, buscó quitarle un crayón a alguien más, probablemente para completar su comprensión de lo que había sucedido poniéndose «del otro lado». Pero como la pequeñita a quién se lo quitó no se mostró en absoluto molesta, la situación perdió todo el atractivo y el crayón rápidamente quedó abandonado en el suelo.
En verdad, en todos los casos, el crayón (o cualquier otro objeto disputado, por ínfimo e insólito que sea) es tan solo una excusa. Lo que verdaderamente está en juego es el vínculo con el otro, la exploración de los límites y el descubrimiento, difícil pero apasionante, del significado de la palabra amistad.
Los chicos no necesitan que les estemos explicando la teoría de cómo ser buenos amigos, lo que necesitan es que les ofrezcamos un espacio y un contexto adecuados en donde puedan ensayarlo en forma segura, con la contención que solo la combinación entre respeto y libertad pueden brindar…
En todo esto estaba pensando yo mientras trataba de guardar los crayones en las cajas, prolijamente, con la intención de levantar ese sector y liberarlo para los próximos juegos que los chicos quisieran realizar. Pero después de haber guardado varios, me di cuenta que la tarea me iba a llevar demasiado tiempo y con cierta resignación decidí hacerlo luego del taller. Comenté en voz alta que iba a juntar todos los crayones en una palangana y ofrecí que quien quisiera podía ayudar, mientras yo misma levantaba crayones del suelo a dos manos. La pequeñita que había incautado el crayón verde me miró, miró la palangana con crayones y luego la caja a medio llenar. Prontamente agarró la caja y, uno a uno, sacó todos los crayones que yo ya había guardado y los fue lanzando en la palangana. Ahora fue mi turno de sobreponerme a mi primer impulso… («¡Pero no! ¡Los de la caja ya estaban bien guardados!») y dejarme deleitar por la verdadera intención que motorizaba su acción.
Así como antes todo su interés había estado puesto en relacionarse de algún modo con la otra pequeña, ahora toda su atención estaba focalizada en su deseo de cooperar. Claro que yo podría haberle dado un pequeño discurso acerca de dónde se guardan los crayones, de mi falta de tiempo para ponerlos de nuevo en sus cajas con prolijidad y del verdadero motivo por el cual los estaba almacenando en la palangana. Pero preferí el placer de maravillarme – una vez más – ante la genial iniciativa de personas tan pequeñas que apenas si llevan uno o dos otoños de vida en la tierra.
Que bella experiencia! Hermoso relato!
Querida Fernanda. Hermoso tu articulo. Estoy segura que los chicos van aprender mucho de esta experiencia. Respetarse, entender que sirve hablar con la otra persona y un sentido de seguridad personal al resover conflictos por sí solos. De cada problema, aprenden algo, si les damos las herramientas y la oportunidad.
Felicidades.
-Magdalena.
Gracias Magda por tomarte el tiempo para comentar los artículos y dejar siempre un aporte valioso y tan cálido. Un cariño grande,
Fer