«Ella hizo bien». Postal de un día de juego en La Casa Naranja acerca de los límites, la crianza y el amor

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El otro día en el grupo de juego de 2 y 3 años un niño estaba dedicado a la actividad básica que interesa a la edad: la exploración. A veces exploran el espacio físico, a veces los objetos y sus características, a veces los vínculos con los otros niños… a veces los límites. Y este era el tema que el pequeñito se había decidido a explorar empujando a otros amigos y esperando a ver cómo se solucionaba la situación, cómo reaccionaban los otros y cómo reaccionaba yo. 

El juego libre es un gran tesoro, pero si los chicos están corriendo riesgo de lastimarse o de lastimar a otros, reciben de mi una advertencia de lo que no se puede hacer y de ser factible, una opción de lo que sí es posible hacer. Entonces le dije con mucha serenidad y firmeza:

– Veo que tenés ganas de empujar. Pero no podés empujar a los amigos. Ellos se sienten mal cuando los empujan y se pueden lastimar. Pero si querés, podemos empujar este cochecito.

El giró hacia mi y me dijo:

-¿Me lo estás diciendo en broma?

– No, te los estoy diciendo con amor, pero muy en serio.

– Ah, ya me parecía, respondió.

Pero a los pocos minutos estaba tirando con fuerza los juguetes contra los otros chicos. 

Tomando la sabiduría mágica de Magda Gerber (sus aportes realmente tienen un factor mágico para mi), lo alcé para sostenerlo con mis brazos y que pudiera sentir la contención que ofrece un abrazo cálido. Mirándolo a los ojos, muy serena, le dije:

– No te voy a permitir que lastimes a los amigos. Si esto vuelve a suceder te vas a tener que ir a casa por hoy.- Y volví a dejarlo en el suelo.

Él comentó que no quería irse, que tenía hambre y propuso que podíamos merendar. Me pareció una buena idea y servimos algunos cereales. Como este es un momento en el que los chicos toman un papel muy activo, tienden el mantel, reparten los platitos, abren los envases, sirven y reparten, él sabía que la meridenda duraría un buen rato y esto le garantizaría la permanencia en el grupo de juego por un buen rato más. Pero en cuanto terminamos de merendar, vio que una niña estaba de cuclillas jugando serenamente en la otra punta del salón, corrió con todas sus fuerzas y la tiró al suelo por la espalda. Ella lloró, enojada y desconcertada. En cuanto supe que estaba bien al cuidado de su mamá, giré hacia el niño y le informé que tendría que retirarse, tal como el había avisado.

 El no quería, se tiró un poco al piso llorando como para ver hasta dónde podía llegar a evitar lo inevitable. Pero su mamá y yo estábamos muy serenas y muy firmes. Entonces, suspendiendo abruptamente el sollozo y las quejas, se fue a poner los zapatos y refiriéndose a la decisión que yo había tomado le dijo a su mamá :

– Ella hizo bien.

¡Qué frase! La mamá me contó que cuando salieron se quedó muy pensativo y le pidió dar una vuelta a la manzana antes de subir al auto. Evidentemente necesitaba procesar todo lo que le había sucedido y aprender de ello.

¡Cuánta lucidez de parte de un niño tan pequeño! El llevó  sus acciones hasta donde sabía que encontraría una barrera, un límite y por lo tanto, una contención. Y cuando recibió lo que necesitaba, lo valoró y pudo capitalizar lo sucedido.

La clave aquí es mantenerse sereno. Si nosotros nos salimos de control y nos desbordamos, si gritamos y pataleamos, nos volvemos un chiquito más y es entonces cuando los niños se sienten «grandes», llenos de un poder que los desborda y confunde. «Yo fui capaz de que mi mamá gritara y pataleara así», se dicen. «Soy poderoso».

En verdad ellos necesitan ser los pequeños y saber que pueden contar con nosotros, que somos los grandes para crecer serenos y seguros. Los límites justamente llevan a este acto de amor donde cada uno conserva su lugar: los niños son los chicos, los grandes son los grandes. Si por temor al llanto -capricho, griterío y pataleo incluido- volvemos a dar «una oportunidad más» una y otra vez, entonces estamos desperdiciando LA OPORTUNIDAD de que nuestro pequeño se sienta contenido y por lo tanto listo para seguir creciendo gracias a los límites que les ofrecemos.

A veces sucede que quieren cruzar la calle solos, porque se sienten grandes. Quizás quieren cortar con un cuchillo filoso, porque «ya crecieron». Tal vez creen estar listos para tirarse a la pileta, porque ven que los grandes ya saben nadar. En estos casos, no dudamos en poner un límite inmediato porque está en riesgo la vida.

Pero en una infinidad de ocasiones no resulta tan evidente hasta dónde llegar y cuando poner un límite. ¿Debemos o no dejar que salga a la calle descalzo? ¿Estamos de acuerdo en que cargue cosas en el changuito de las compras sin consultarnos? ¿Podemos permitirle que revolee arena en la plaza en todas direcciones donde también hay otros niños jugando? Si nuestra respuesta es «no», entonces solo hace falta que hablemos con nuestro niño siguiendo las siguientes pautas:

validemos sus deseos y emociones: «entiendo que querés comprar todas las cajas de aritos de cereales porque te gustan»

le expliquemos con pocas palabras, claras y calmas, las consecuencias de ciertos actos: «pero no te voy a dejar que sigas cargando el changuito porque no vamos a llevarlas todas. Si lo volvés a hacerlo tendré que subirte a la sillita»

le ofrezcamos una opción de ser posible: «si querés cargar cosas yo te digo lo que necesito y vos lo ponés adentro».

sostengamos en el tiempo nuestra palabra: «ahora te siento en la sillita hasta que estés listo para hacer lo que te pido».

En verdad lo que probablemente quiera este niño sea jugar a trasbasar objetos -de la estantería al carrito- o decir a su manera «estoy cansado y quisiera ir en la silla pero no pienso admitirlo».

«Ella hizo bien» es la frase que todos, todos, todos los niños y niñas dirían si pudieran elaborar su experiencia con los límites a la velocidad y con la claridad que tuvo nuestro pequeño.

¿Cuántas veces por evitar el llanto de nuestros niños nos perdemos la posibilidad de ser consecuentes con nuestras propias palabras y que ellos reciban así la saludable – y amorosa-  contención que ofrecen los límites? 

14 Comments

    1. Gracias Norma por tomarte el tiempo de escribirnos y dejar tu aliento! Recién hablamos por teléfono para que venga tu hijito a jugar, verdad? Te mando un cariño,
      Fer

    1. Sí, fue una situación hermosa y me dio un sentimiento de gran satisfacción. ¡Qué maravilloso es descubrir la enorme capacidad de social y afectiva que tienen los niños desde tan pequeños!
      Gracias a vos querida Magdalena por todos los aportes que realizás en tu blog bilingüe: http://magdalenaspalencia.blogspot.com/
      ¡Se los recomiendo a todos!
      Cariños,
      Fernanda

  1. Maravillosa forma de ser coherente!! De dar y tomar amor, y de poner «Orden» con amor.
    Es evidente que cuando las cosas son correctas de verdad, todas las partes aceptan tarde o temprano. Y esa es una semilla maravillosa lista para florecer cada vez. Cada niño que incorpore esa tremenda capacidad de ser consciente la lleva con sigo como un tesoro para el resto de su vida. Gracias Fer!!

  2. Sos una gran maestra Fer!! Sos muy clara y amorosa tanto con los niños que disfrutan de tu espacio de juego , como lo sos con nosotras -o nosotros si hay papás leyendo- a través de tus increíbles artículos donde siempre podemos aprender la mejor manera para educar a nuestros hijos con muchísimo amor, respeto y coherencia. Cariños.

  3. Gracias por compartir una vez mas tus experiencias, para quienes trabajamos con niños estas resultan de gran utilidad.
    Es admirable el modo que tenes de aclarar las situaciones, poner limites y sostenerlos. En ocasiones ante los berrinches uno suele aflojar y ahí es donde comenzamos a pifiarle…
    Muy bien la mamá también que acompaño tu propuesta.
    Una maravilla esa criatura que supo valorar el limite a pesar de la bronca que le debe haber generado toda la situación.
    Un beso XXL.

    1. Verdad que sí, Ale? Es una maravilla la criatura y muy bien la mamá que acompaña y sostiene. Sin ella sería imposible lograrlo! Por eso los padres son nuestros aliados y así debemos verlos, ambos unidos mirando a los niños… tantas veces sucede lo contrario… los padres atrincherados contra los maestros, los maestros atrincherados contra los padres… entonces, a los niños, ¿quién los mira?
      Un beso muy grande para vos también
      Fer

  4. ahh querida fernanda el trabajo de atencion, de observar y sentir al mismo tiempo lo que el niñito esta sintiendo , saber limitar con amor es un camino hacia una educacion verdadera.
    asi lo siento. asi lo vivo. abrazos desde la cordillera
    fer iglesias

    1. Gracias a vos Ceci, fuiste testigo de todo este espisodio y todos los adultos presentes en los grupos de juego ofrecen el sostén y la mirada de respeto necesarios para que los chicos crezcan abrazando los límites con amor.
      Con cariño,
      Fer

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